Carissa Fisher llegó de sorpresa. Tocó la puerta de la casa de la familia Toczek sosteniendo un par de globos, un peluche y un cartel que decía: “Hey Ezra, ¿te gustaría compartir mi hígado?”.
Ezra Toczek tiene 5 años y fue alumno de Fisher en el preescolar Precious People en Alden, un pueblo ubicado 253 kilómetros al oeste de Nueva York. Era huérfano y mostró una salud frágil desde su nacimiento.
“Tiene una gran cicatriz en el abdomen debido a una cirugía que le hicieron cuando era más pequeño”, cuenta la maestra de 20 años. “Siempre tuvo problemas médicos y sabíamos que eventualmente necesitaría un hígado nuevo”.
Ezra cambió de escuela y Fisher no supo más de él durante dos años, hasta que se topó con una publicación en Facebook donde la familia adoptiva del niño pedía ayuda para un trasplante de hígado.
“Aunque (Ezra) está en la lista de trasplantes, se nos ha instado a buscar un donante vivo para él”, indicaba la convocatoria a un evento de recolección de fondos. “Animamos a cualquier persona a llenar el cuestionario. Él es del tipo de sangre O+ y necesita un donante del tipo O”.
El anuncio indicaba que Ezra padece enfermedad hepática en etapa terminal, un daño irreversible en el hígado que le impide cumplir su función de ayudar al cuerpo a digerir los alimentos, almacenar energía y eliminar toxinas.
La cirugía se haría en Nueva York, a más de seis horas de distancia de la casa donde vivía Ezra. La recuperación requeriría varias visitas de seguimiento semanales durante los primeros dos o tres meses, por lo que Ezra y su madre tendrían que alojarse en la ciudad.
Los Toczek tienen siete hijos, así que el procedimiento médico representaba “una carga financiera” difícil de afrontar para la familia.
El afiche disponía de dos códigos QR: uno para donar fondos a través de la plataforma GoFundMe y otro para llenar un cuestionario como donante vivo de hígado del Instituto de Trasplante de NYU Langone, el centro médico especializado a cargo del caso de Ezra en Nueva York.
“Honestamente, cuando vi aquel mensaje pensé: ‘Él es uno de mis niños y necesita ayuda’”, cuenta Fisher en una llamada telefónica. “No lo pensé dos veces y me dije: ‘Voy a hacer esto. Si tengo los medios para ayudarlo, lo haré’”.
Fisher comentó el caso con su madre, propietaria del preescolar donde la joven fue maestra de Ezra, y concluyeron que el primer paso era averiguar si podía ser una donante compatible.
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