En la República Dominicana, el debate político ha sido desplazado por un nuevo tribunal: el de las redes sociales. Allí, sin jueces ni reglas claras, cualquiera puede convertirse en fiscal, jurado y verdugo. Esta semana, la senadora Faride Raful fue blanco de esa justicia improvisada, tras insinuaciones que la vinculan —sin prueba alguna— con el uso indebido de exoneraciones vehiculares. El ruido mediático se alimentó, entre otros, de publicaciones ambiguas de la comunicadora Ingrid Jorge, figura que nunca ha temido avivar polémicas.
El problema no radica en la crítica. Todo funcionario público debe estar dispuesto a responder por sus acciones. Pero cuando la crítica se disfraza de rumor, cuando se esparce sin evidencia y se lanza con la sutileza de una piedra en la oscuridad, deja de ser fiscalización para convertirse en difamación.
Faride Raful, en su respuesta, mostró algo que escasea en el escenario político: claridad. Aseguró que solo utilizó una de las tres exoneraciones asignadas como legisladora, para adquirir un vehículo que aún posee y que está registrado a su nombre. No se escondió. Dio la cara. Y lo hizo con documentos, no con indirectas.
Ingrid Jorge, por su parte, afirmó que sus publicaciones no tenían un destinatario específico. Pero en el ecosistema digital, todo mensaje tiene un eco, y sus palabras fueron interpretadas como dardos dirigidos. La ambigüedad, en este caso, es tan peligrosa como una acusación directa. En un país con una historia de desconfianza hacia sus instituciones, agitar sin pruebas es jugar con fuego.
Más allá de los nombres, lo preocupante es la tendencia: convertir el debate político en un circo de “likes” y “stories”, donde la verdad es secundaria y la reputación es la carnada. Esto no fortalece la democracia. La debilita.
Los dominicanos merecen una discusión seria sobre los privilegios congresuales, sobre la transparencia y sobre la ética en la función pública. Pero también merecen que esas discusiones se den con responsabilidad, no como parte de campañas de descrédito disfrazadas de opinión.
Hoy es Faride. Ayer fue otro. Mañana puede ser cualquiera. En la era digital, la presunción de inocencia compite con la viralidad, y muchas veces pierde.